Ayer...

... fuimos a revisar los avances de nuestra pequeña casita (y próximo hogar), yo no quería ir, la verdad, tenía unas ganas incontenibles de comer nieve y una ligera sensación de huequito en la panza. Mi viejito insistió en que quería que fuera y que no demoraría más que unos minutos, y prometió llevarme luego por mi nieve. Accedí con el soborno.
Como están pintando y el olor de la pintura me da náuseas (más!) decidimos que esperaría en el auto, total, "no son más que unos minutillos"... y ahí estaba yo, entre moyotes asesinos de tamaño descomunal, mi antojo de nieve y ese huequito que fue creciendo hasta convertirse en un hambre atroz. Así pasaron sesenta y tres largos minutos.
Cuando el príncipe volvió al carruaje, su princesa ya estaba convertida en una bruja. Ok, ok, ni él es un príncipe, ni tenemos un carruaje... pero yo si estaba convertida en una bruja. Aquel apetito me había provocado dolor de cabeza y ya no podía más... sentía que las hormonas me salían por la piel.
Me llevó al super más cercano a comprarme no uno, sino dos litros de nieve de vainilla con Butterfinger, pero el daño ya estaba hecho. Quiso remediarlo con un cuernito relleno de jamón pero cuando abrió la puerta del carro yo ya me lo había terminado, así que a toda marcha me llevó a casa a dejar la nieve y me llevó a comer sushi.
Y todos volvimos a ser muy felices después de que la chica del sushi me dió un vaso extra de te helado... quién sabe que cara traería, yo creo que le di miedo.